El edificio se alza en el polígono industrial de Molina de Segura (Murcia), pero podría estar en Silicon Valley. Una piel de escamas metálicas recibe al visitante y tamiza la luz, protegiendo un interior casi de ensueño, protagonizado por espacios abiertos y luminosos, zonas comunes amplias y cómodas, jardines integrados en diferentes espacios, y un chill-out en la terraza superior.
“Es un edificio pensado para las personas”, explica Toño Santa-Cruz, uno de los responsables del proyecto realizado por Santa-Cruz Arquitectura e inaugurado en 2024. “Nosotros somos unos idealistas: queremos mejorar la vida de la gente. Y este edificio aúna todos los conceptos que nosotros queremos abarcar con nuestra arquitectura”, subraya.

El lugar en cuestión es la sede de la empresa Vrio, que despliega todo su esplendor en medio de un polígono industrial al uso. Hileras de naves industriales se suceden. No hay nada ligeramente parecido a su alrededor. Una de sus salas es hoy el escenario de la entrevista para este reportaje. Participan los cinco integrantes del estudio que han hecho posible esta virguería arquitectónica: Juan Antonio Santa-Cruz Alemán, el fundador; sus hijos Toño y Carmen; y sus parejas, Beatriz Lorente y Javier Escriva, todos arquitectos, todos parte de la misma familia. “Nos entendemos muy bien, tenemos claro qué es lo importante. Somos familia y nos dejamos la piel por este proyecto”, coinciden varias veces durante la conversación.
Con medio siglo de trayectoria a sus espaldas, Santa-Cruz Arquitectura se ha convertido en un nombre imprescindible en la Región de Murcia. Desde que en 1975 Juan Antonio abriera el estudio, la firma ha sabido superar épocas de bonanza y de crisis, reinventarse tras el golpe de 2008 y resurgir con un nuevo enfoque que hoy define su sello: una arquitectura sensible, respetuosa y comprometida. La incorporación de la segunda generación consolidó un proyecto familiar que combina experiencia y frescura creativa, con la resiliencia como valor de fondo y la convicción de que la arquitectura puede transformar la vida de las personas y la fisonomía de las ciudades.

LOS COMIENZOS
En realidad, la historia de este despacho no empieza en 1975, sino cuando Juan Antonio tenía cinco años y descubre su vocación en un viejo libro. “Reunía fotografías de los edificios más emblemáticos de España. Me pasaba horas mirándolo”, recuerda. Ahí comenzó a gestarse su futuro.
Nada más terminar la carrera en la Universidad de Madrid, como era habitual es esa época, se instaló por su cuenta. Eran años propicios para dar el salto. “Había mucho trabajo y no hacía falta pasar por otros despachos, casi todo el mundo montaba el suyo”, cuenta con naturalidad. Desde el inicio se impuso una forma de trabajar minuciosa y honesta, con una idea guía: ser útil y hacer las cosas bien, escuchar al cliente y adaptar cada solución a su realidad sin renunciar a la calidad técnica y al rigor constructivo.

Aquel estudio creció rápido y de manera transversal. La vivienda fue el grueso del trabajo, pero también se movió con naturalidad por distintas escalas: planeamiento y urbanización, espacio público, equipamientos e incluso diseño de mobiliario. Entre los encargos de las primeras décadas y la etapa de consolidación destacan hitos como la Biblioteca de Albacete, la Piscina de la Universidad de Espinardo, viviendas como la Casa Peinada (La Alberca) y la Casa Vergeles, o la cooperativa en Cartagena conocida como Edificio Pirámide, con su concepto escalonado.
En 2006 entra Toño Santa-Cruz en escena, y al poco tiempo, su mujer, Beatriz Lorente. Confiesa con honestidad que estudió arquitectura “porque quería ser como mi padre. Siempre lo he admirado muchísimo. Yo entro en un momento en el que hay muchísimo trabajo, un ritmo frenético”, explica.
Aquella incorporación coincidió con el pico de la bonanza: encargos que llegaban sin descanso, obras en distintas escalas —con la vivienda como gran motor, pero también urbanización y espacio público— y una oficina que llegó a contar con 17 personas antes de que asomara la crisis.

En ese contexto, Toño se volcó en el día a día del estudio, reforzando la filosofía que había marcado Juan Antonio desde los orígenes —ser útil, escuchar, hacer las cosas bien dentro de las posibilidades del cliente— y aportando energía generacional a un taller que crecía por prestigio y boca a boca, afinando proceso, detalle y rigor constructivo mientras el calendario se llenaba de proyectos.
LA OPORTUNIDAD DE LA CRISIS
Dos años después, el golpe más duro llegó con la crisis inmobiliaria de 2008. La bonanza dio paso al derrumbe del mercado y el estudio estuvo a punto de desaparecer. “Fue un parón en seco. Dejamos de tener clientes. Fue durísimo. Casi nos fuimos a la ruina”, reconoce Toño sin rodeos. Los años siguientes fueron de resistencia, apoyados por la familia, asumiendo sacrificios personales y profesionales para sacar adelante los compromisos ya firmados.
Ese trance, sin embargo, se convirtió en una palanca de cambio. Toño encontró un punto de inflexión en la formación en gestión empresarial. “Es muy curioso cómo nuestros grandes puntos de inflexión han sido golpes duros”, señala. La Escuela de Gestores y el máster MBA de Target lo cambiaron completamente. “Tuve una revelación. Me di cuenta de que yo podía decidir qué quería hacer, que no teníamos que ser el resultado de lo que los clientes te piden”, destaca.

Gracias a esa nueva mirada, pasaron de esperar a que los clientes llegaran solos a salir a buscarlos, presentándose a concursos y replanteando la estructura de la oficina. De aquella ruina emergió un estudio más consciente de lo que quería ser y de lo que no y una nueva apuesta marcada por su filosofía actual: una arquitectura sostenible, comprometida y respetuosa. “Gracias a la ruina, a tocar fondo, hemos hecho realidad un proyecto muy potente”, destacan.
EL EQUIPO CRECE
En la consolidación de la nueva filosofía también fue imprescindible la llegada de Carmen, la benjamina, en 2015 (Toño y ella se llevan 10 años), tras realizar su proyecto fin de carrera con la colaboración de su padre y su hermano. “Vi que nos entendíamos muy bien, que compartimos una visión y una filosofía, así que decidí volver a Murcia, al menos temporalmente”, recuerda. Aquella vuelta acabó siendo definitiva y, unos años después, se incorporó su marido, Javi, otra pieza esencial. Hijo de constructor, desarrolló, sin embargo, una visión de la arquitectura muy experimental desde sus comienzos. “Eso no da de comer”, dice riendo. Sin embargo, Toño destaca que es el brazo ejecutor del estudio. “Sin él, muchos proyectos no saldrían adelante”, subraya.

Entre los cinco han tejido un núcleo sólido y diverso —técnico, creativo, ético, estratégico, empresarial— gobernado por una idea común: el proyecto por encima del ego. Defienden un compromiso con la buena arquitectura frente a atajos cortoplacistas, y una manera de trabajar que evita el choque estéril para apostar por la constancia y la negociación constructiva. “Cada uno ha vivido su propio viaje y han confluido de una forma perfecta”, apunta Javi.
Con el tiempo, han definido un marco de 12 parámetros que actúa como brújula de cualquier trabajo que abordan, con referencias expresas a la artesanía, la salud de las personas y biofilia, algo que desde su adopción se ha traducido en mejor coordinación interna y una mayor calidad en los resultados.

EVOLUCIÓN Y OBRAS EMBLEMÁTICAS
En la evolución del estudio, hubo un proyecto que marcó un antes y un después: el concurso de rehabilitación del Hotel 7 Coronas. “Era un proyecto precioso, pero les pareció muy atrevido”, señalan. Aunque no lograron ganar, supuso el inicio de un nuevo camino, un cambio en su forma de trabajar que les dio confianza en sus propias ideas.
Poco después llegaría Bodegas Viña Elena, el proyecto que abrió de verdad el camino: la bodega confió en ellos sin que tuvieran nada similar en su portafolio, un gesto de valentía que les permitió demostrar su capacidad creativa y técnica. Más tarde se sumarían otros como Konery, con una propuesta innovadora en el sector energético, o el edificio residencial junto a la Iglesia del Carmen, cuya fachada con celosía de cuerdas náuticas tensadas provocó debate en su día y hoy se reconoce como un ejercicio de audacia.

La sede de Vrio en Molina de Segura consolidó definitivamente este recorrido: un proyecto integral pensado para las personas, que los ha convertido en finalistas del Premio Nacional de Arquitectura 2025 y en referencia de una arquitectura sensible y comprometida. Sin embargo, fue, en palabras de sus protagonistas, “un vía crucis” durante la ejecución y “una gloria” al contemplar el resultado final.
El proyecto se concibió de manera integral, abarcando desde la arquitectura al interiorismo, y supuso una inversión de cuatro millones de euros. La pandemia ralentizó los plazos, prolongando la obra durante cinco años. “Tuvimos que rehacer muchas cosas por las dificultades que surgieron, pero sin que afectara al resultado final”, explican.
Carmen destaca que “Anthony (CEO de Vrio) confió mucho en nosotros y fue muy respetuoso con todo lo que proponíamos. Hemos trabajado el interiorismo con ellos al detalle, hasta el punto de elegir juntos el color de las papeleras o el tejido del mobiliario, o el paisajismo”.

El esfuerzo, aseguran, mereció la pena. “Sentimos una emoción inexplicable, es de esos proyectos que suponen una realización increíble, un sueño hecho realidad”, confiesa Toño. Para Bea, Vrio ha sido también una demostración tangible de que sus ideales se pueden materializar: “Todo eso que nosotros soñamos que se puede hacer, efectivamente se puede hacer y además aquí en Murcia. Cada vez que veo Vrio, me hace pensar que tiene sentido lo que estamos haciendo”. Carmen coincide: “Al final, lo que parece muy idealista puede ser realidad y la gente lo aprecia. Está siendo un exitazo”.
SUEÑOS DE FUTURO
Ahora nuevos retos refuerzan el posicionamiento de Santa-Cruz Arquitectura en distintos ámbitos. El éxito de Vrio ha hecho a otras empresas apostar por ese tipo de arquitectura. Entre ellas está Tuflesa, cuya sede está a punto de inaugurarse, con una fachada high tech construida a partir de los tubos de acero que fabrican.
El encargo más reciente es la futura sede de STV en Murcia, que aúna recuperación patrimonial y conciencia medioambiental, y está llamado a convertirse en un nuevo hito en su trayectoria. “Queremos que el edificio sea una insignia de conciencia medioambiental”, afirman.

A estos proyectos se suman otros de recuperación del patrimonio, como la rehabilitación bioclimática de la Casa Ruano en Águilas, un edificio del siglo XIX que incorpora un invernadero en su cubierta como gesto de innovación sostenible; la recuperación de la villa romana de Los Cantos en Bullas, la rehabilitación de la Casa del Niño en Cartagena y la renovación del frente portuario de Santa Lucía, además de la planificación de un nuevo barrio en La Ñora, diseñado bajo criterios de sostenibilidad.
Medio siglo después de aquel despacho abierto por Juan Antonio Santa-Cruz Alemán, la historia del estudio se refleja en la sede de Vrio, el edificio donde nos encontramos y que resume su forma de entender la arquitectura: comprometida, humana, pensada para mejorar la vida de las personas. Allí donde antes soñaban con levantar la torre más alta de la Región, hoy aspiran a algo mucho más ambicioso: renaturalizar la ciudad y reconciliarla con la huerta, poner a las personas en el centro y demostrar que la arquitectura puede ser motor de cambio social y medioambiental. “Esta profesión es tan amplia que abarca toda tu vida. Ser arquitecto no es un trabajo, es una forma de vivir y de servir a la sociedad”, concluye Toño.
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