La Sala de Catas de Estrella de Levante volvió a llenarse el viernes noche de cultura y conversación para celebrar la gala del VI Concurso de Relato Club Renacimiento – Premio Generación Estrella 2025, el certamen que ya se ha consolidado como un encuentro imprescindible para la narrativa emergente en la Región de Murcia. Bajo las luces de la sala de catas de la cervecera murciana, escenario ya habitual del premio, el escritor murciano Alejandro Oliva se alzó con el primer galardón gracias a su relato Un 12 de agosto, una pieza que el jurado elogió por saber convertir la memoria familiar y el ritual del verano en un espacio narrativo de resonancia universal y que se impuso entre cientos de propuestas de gran calidad.
Alejandro Oliva, periodista y actual trabajador de la Consejería de Hacienda, es además autor del conocido blog Mondo Moyano, dedicado al Real Murcia. El premio, dotado con 1.500 euros, supone un impulso a una trayectoria literaria que comienza a definirse con claridad.

El segundo premio fue para Pedro López Muelas por Tarde de domingo, y el tercer galardón, por su parte, recayó en Alejandro Calzón, autor de Algo que flota. Los tres finalistas subieron al escenario entre los aplausos de un público formado por los finalistas del premio –hechos públicos días atrás–, sus familiares y personalidades de la cultura de nuestra región.
Aunque la cita se ha convertido ya en un ritual anual, cada edición trae consigo una energía renovada. La sensación de la gala era clara: la literatura murciana vive un momento de madurez, diversidad y energía.
Un jurado de altura
El encargado de leer el fallo fue el novelista Jacobo Bergareche, famoso autor de las novelas Los días perfectos y Las despedidas. Bergareche, que presidió un jurado integrado también por Araceli Muñoz y Basilio Pujante, subrayó la gran calidad literaria de los textos presentados y la potencia emergente de los narradores murcianos.

La ceremonia se abrió con unas palabras de Yayo Delgado, director de comunicación de la marca, que recordó el espíritu del galardón como impulso en el camino literario de los autores de la Región, y presentó un debate acerca de las bases de la escritura a cargo del presidente del jurado y los escritores murcianos Miguel Ángel Hernández y Leonardo Cano, fundadores de la escuela de escritura Club Renacimiento.
Un premio que crece desde sus raíces
El Premio Generación Estrella nació hace seis años con la intención de convertirse en un impulso para escritores vinculados a la Región de Murcia y se ha convertido en un semillero de talento literario. Su crecimiento ha sido sostenido: la pasada edición reunió más de doscientos relatos; la actual ha superado la cifra y roza los trescientos participantes.
Prestigiosos jurados como Ignacio Martínez de Pisón, Paula Bonet, Elvira Lindo o Alberto Olmos han participado en ediciones anteriores, consolidando una reputación que sigue atrayendo cada año nuevos talentos.
El Club Renacimiento, donde nacen las nuevas voces
Fundada en 2018 por un grupo de prestigiosos escritores murcianos, la escuela de escritura Club Renacimiento se ha convertido en uno de los espacios culturales más dinámicos de nuestra región. Su propuesta combina talleres literarios, premios, cursos online, tutoriales de relato o de novela y multitud de propuestas más, impartidas por autores publicados en editoriales como Anagrama, Tusquets, Random House o Galaxia Gutenberg. Más que una escuela, funciona como un ecosistema creativo en el que los alumnos escriben, leen, comparten y encuentran un espacio para crecer.
Su misión ha sido, desde el inicio, ofrecer un lugar donde aprender a escribir con rigor y, al mismo tiempo, tejer comunidad. El Premio Generación Estrella es, en ese sentido, su escaparate anual: un escenario donde se reconoce la calidad, se celebra la escritura y se revela cada nueva voz que, como la de Oliva, encuentra en un relato cotidiano la chispa para iluminar una historia.
RELATO GANADOR:
Un 12 de agosto
Por Alejandro Oliva Bernal.
El último en acostarse es el encargado de apagar la luz que ilumina la parte delantera de la casa de la playa y entonces todo se queda a oscuras. Si no lo haces tú, lo hará el papá o uno de nosotros, depende del día. Un minuto antes, esa misma persona apaga las luces del porche trasero, después de cerrar todo, bajar la persiana grande, meter las sillas de la terraza y comprobar que todo está en su sitio, o al menos lo importante. También apaga la tele, que ha estado encendida todo el rato, con alguna película de fondo, o tal vez el capítulo de una serie que nadie ha terminado de ver. Antes, el papá aprovecha que están todos sus nietos para poner los vídeos con escenas familiares que ha ido grabando en todos sus años de abuelo, qué pequeños eran y cómo han crecido, mientras en la terraza nosotros tomamos un chupito de whisky contigo, o algún licor o un tequila bueno. No corre apenas el aire, hay luna llena, o casi, y hablamos de aquellos veranos en los que refrescaba y de qué comeremos mañana y de cuántos días quedan para que termine el verano y de algunas otras cosas sin importancia. Hay quien acaba de terminar de cenar, hay platos vacíos en la mesa de la terraza y una botella de vino; son cenas desordenadas sin el protocolo de la comida, cada uno a su ritmo, que si alguien quiere huevos, que si corto más jamón y lomo y salchicha buena que he traído de Murcia, que si hay sobrasada y puedo partir más tomate o hacemos una ensalada de lechuga con todo, que algo verde hay que comer. Y alguien quiere más cerveza. Y antes en la tele hay fútbol, un partido de pretemporada o tal vez la Supercopa, fútbol de verano, y alguien grita gol, quién ha marcado, da un poco igual, no juega el Murcia, el papá ya está cenando con el partido. Y antes las primeras cervezas, al filo de las ocho, con frutos secos, tal vez media empanadilla que sobró del mediodía, y el pelo mojado y el cuerpo fresco por fin, y tráele un quinto también a tu hermano, que va a empezar el fútbol. Y antes tú has regado todo el jardín, como haces siempre desde hace más de 30 años, a esa hora en la que el sol empieza a caer, la misma estampa año tras año, mientras tus nietos se secan y revolotean a tu lado y os reís, y salen de la piscina y juegan a la pelota y te mojan, y se quitan los bañadores y nos duchamos al atardecer en ese dulce caos. Y hay quien ha llegado de la piscina grande y hay quien se ha bañado aquí en la pequeña; las tardes son eternas y a la vez pasan en un momento, una y otra y otra, como los veranos, que un día fueron eternos y terminan siendo un instante. Y alguien pregunta quién quiere helados, hay de vainilla y de turrón y también de pistacho, y esos minicornettos que tanto te gustan, y café con hielo, que la siesta ha sido larga, cada uno en su sitio, ese ritual, el papá y tú en las habitaciones de dentro, nosotros siesta corta donde sea, los críos viendo la tele en el sofá, ríen, pero hablan en voz baja, que el abuelo está durmiendo. Y antes comemos, no muy tarde para ser verano, una mesa grande y colorida, gazpacho de la abuela, una tortilla de patatas, carne empanada y croquetas, y al final he abierto un vino, y bebemos cerveza, quintos, botes, un litro, más las del aperitivo al salir de la piscina, con empanadillas, las de pisto de siempre y las de patata del Pilar, y una lata de berberechos y otra de navajas. Y entonces pienso que el tiempo quizá convierta este 12 de agosto en algo más, que algún día este 12 de agosto será aquel verano. Aquellos veranos. Y por la mañana jugamos al tenis, sólo un set, que hace calor ya a esta hora, y los críos se bañan en la piscina grande, se tiran, ríen y discuten, y juegan y corren. Y antes leen en el sofá, los tres, en un silencio casi milagroso, después de jugar un buen rato con la tablet y algún móvil, pero los tres juntos, alegres, y se pelean un poco y juegan sin parar, los primos. Y antes han desayunado a su ritmo, al despertar, legañosos, la cocina muy revuelta, y el abuelo ha traído churros pero todavía queda bollería del día anterior, y huele a café y a churros y a un nuevo día de verano. Y yo me he despertado algo más temprano, no sé si salir a correr, y el papá ha salido a andar y tú fumas un cigarrillo después del café con leche, en el porche de delante, haciendo un crucigrama o tal vez un sudoku, y me siento contigo un rato. Y anoche la cría lloraba, te digo, y te pregunto qué le pasaba. Y me dices que no era nada, sólo está en esa época en la que piensa en la muerte y se asusta y llora. Y le dices que no es nada, que se duerma, le dices que no es nada, que eso no es nada y la abrazas, y se lo dices justo en ese momento en el que el último en acostarse apaga la luz que ilumina la parte delantera de la casa de la playa y todo se queda a oscuras.